El sábado pasado tuvimos taller con los niños.
El sábado pasado ocurrieron algunas de esas cosas que me hacen ver día a día que me encanta enseñar arte a niños. Cuando entro el taller con los pequeños, me convierto física y casi mentalmente en una niña más. Elijo el vestido, falda, camiseta más infantil que tengo para ser todavía más capaz de mimetizarme en el entorno. Realmente luego no me hace falta ni vestido infantil, ni gafas de niña pequeña... porque me sale. Sale la niña que llevo dentro muy fácilmente y me encanta. Disfruto muchísimo.
Luego llegan madres y padres que te cuentan cosas, experiencias y sin darme cuenta otra vez digo la frase: Ojalá yo hubiera tenido esto cuando era pequeña. Gracias Mónica por recordármelo. Sonrío mucho.
Una de las mejores sensaciones es que vuelves a ver allí sus caras, porque ¡repiten! Hay cuatro/cinco alumnos que siempre están allí, que ves su evolución, ves cómo crecen y dibujan las letras y los trazos con una soltura impensable al principio. ¡Ya sé dibujar la letra k! Ves los avances y en definitiva los ves crecer.
Descubres que tu vecina te sigue día a día sin saberlo y que su hija artista dibuja trazos con una facilidad asombrosa. ¡uala!
Te enteras de que los talleres que llevas a cabo sirven para canalizar rabia, para ser más organizados, para perder la vergüenza, para superar esos límites que todos tenemos, para fluir y llegar a casa con ganas locas de seguir practicando.... ¿Qué más se puede pedir?
Poco más. Bueno sí, una cosa. Poder seguir haciéndolo.
Gracias gracias gracias
LeTi